En el 2010, con motivo del bicentenario de la independencia de México, History Channel organizó una encuesta popular para averiguar quién era “el más grande mexicano de todos los tiempos.” En primer lugar, como era de esperarse, apareció el gran ídolo mexicano del siglo XIX, el presidente de la separación de poderes, de la laicidad, de la unión de México y de las leyes de Reforma, Benito Juárez. En segundo lugar, sin embargo, no había un político o un revolucionario; en segundo lugar estaba la figura popular por excelencia del siglo XX mexicano, el ídolo de Guamúchil, el cantante que hizo soñar al pueblo de México, Pedro Infante.
Pedro Infante Cruz nació el 18 de noviembre de 1917 en Mazatlán, Sinaloa. Su madre ayudaba un poco a la economía del hogar tejiendo en casa. Su padre, mientras, tocaba donde podía y tenía el destino del músico con poca fortuna. De raíces humildes, Pedro Infante creció ayudando a su madre en las tareas domésticas, acostando a los niños y empujando con las manos el pedal de la máquina de coser para que no se cansara. A veces, trataba de escaparse para ir al cine a ver las películas de Tom Mix que, según sus familiares, eran sus favoritas. Se cambiaron de casa muchas veces. Pasaron a Mazatlán a Guasave, a Rosarito, de donde era su familia, para instalarse finalmente en Guamúchil.
Pedro Infante trabajó desde que tenía nueve años. Primero fue mandadero, luego carpintero. Con el tiempo también aprendió el oficio de peluquero. Años después, en su lujosa casa de Cuajimalpa, Infante seguía cortando el pelo de quien se dejara y hacía obras de carpintería para distraerse. Nunca se le olvidaron sus orígenes.
En 1939, enamorado de María Luisa León, se mudó a la Ciudad de México para probar su suerte como cantante. Había participado en distintas orquestas de Sinaloa, incluso las más prestigiosas, pero la capital del país eran ligas mayores. Muchas estaciones de radio lo rechazaron. En la XEW, incluso, le dijeron que no le siguiera jugando al bravo y que mejor se regresara a su provincia.
Pedro Infante, como bien dice el mito, era tenaz, aguantador y muy trabajador. En ese momento, no tenía un lugar en donde caerse muerto. Comía una vez al día y trataba de ahorrar en todo. En el primer cuarto que compartió con María Luisa, no duró una sola noche. En la madrugada se despertaron por un ruido y, al alumbrar la estancia húmeda y oscura, vieron que estaba infestada de ratas. Tenían, también, todo el cuerpo picado por las chinches. Pasaron el resto de la noche junto al lavadero: María Luisa aterrada, abrazada de su amante, Pedro, galante, armado de una escoba, pelando el ojo por si se acercaba otra rata.
Esta imagen, como tantas en la vida del cantante, parece salir de una película. Como bien señala el ensayista español Francisco Javier Millán Agudo en su monografía sobre Infante, esta anécdota pudo formar parte de Un rincón del cielo. Más adelante, la vida de Pedro Infante, también va a imitar la secuela de esta película, Ahora soy rico, con las múltiples infidelidades que tuvo con María Luisa y con su separación, finalmente, en la cúspide del éxito, la fama y la riqueza.
Por supuesto, esta no es una coincidencia. Los personajes de Pedro Infante estaban forjados a su medida. Ahora, con la dificultad de separar al mito de la persona, todos sabemos que la vida de Pedro Infante es indistinguible de su obra.
Casi todos sus personajes comparten el mismo origen humilde; todos vivieron la desgracia y salieron cantando. Pepe el Toro también fue carpintero, justiciero, y ligador. Como sus personajes, Infante era juguetón, un eterno niño bromista, goloso como el motociclista sobredotado de ATM ¡A toda máquina!, alegre como tantos otros personajes, y, sobre todo, generoso. Cuando ya habitaba su mansión en Cuajimalpa, todos los días de Reyes salía a distribuir regalos para los niños en las colonias más humildes de la zona. En 1955, cuando el huracán Janet golpeó fuertemente a Chetumal, no dudó en agarrar su avión para ir en ayuda de la población. De la misma forma, mantuvo a su numerosa familia y nunca dudó en compartir una mesa. Siempre dio todo para los demás.
Así, en una amalgama entre la realidad y la ficción, se creó un mito eterno. El mito del hombre que surgió de la nada, que sufrió por ganarse el pan y que, cuando lo consiguió, no dudó en repartirlo. El ídolo popular de una década de progreso. El nuevo mexicano surgido de las cenizas de la Revolución. El ideal del hombre que no llora cuando sufre, sino que canta su desgracia.
La pronta y trágica partida del cantante terminaron de cimentar el mito. Un día como hoy, pero de 1957, Pedro Infante falleció en un accidente aéreo. Manejaba un C-87 Liberator Express, un avión con muchos problemas para maniobrar con carga pesada. A pesar de ser un piloto experimentado con casi 3,000 horas de vuelo, Infante perdió el control del avión, cerca de las 7:30 de la mañana, poco tiempo después de salir del aeropuerto de Mérida, Yucatán. Cayó en picada de 200 metros de altura y se estrelló en la esquina de las calles 54 sur y 87 en pleno centro de Mérida. Tenía solamente 39 años.
Era 1957 y, en el Festival Internacional de Cine de Berlín, le otorgó a Pedro Infante, de manera póstuma, el Oso de Plata como mejor actor por su interpretación de Tizoc. Una última gloria internacional para un hombre que, después de su muerte, no dejaría de ser condecorado. Al casi millón de mexicanos que acudieron a su sepelio, sin embargo, no les importaba el León de Plata, el reconocimiento de los festivales o lo que decían los críticos de su obra. Más allá de cualquier visión artística, en la memoria popular, como bien demostró la encuesta de History Channel, Pedro Infante es el mexicano más importante del siglo XX.
Es imposible saber si ciertas características de la mexicanidad nacieron porque Pedro Infante las creó; o si Pedro Infante solamente reprodujo los valores y los ideales de una identidad nacional naciente. Es imposible separar a la persona real de la legendaria presencia que sigue teniendo en sus personajes. Es imposible, finalmente, no reconocer la importancia íntima de su figura para todos los que nacimos en esta tierra: todavía, cuando los mexicanos cumplen años, es la voz de Infante la que entona “Las mañanitas”.
Pedro Infante, el hombre que se crió solo, que encarnó los ideales de individualismo y progreso, que cultivó una imagen de irresistible casanova y, al mismo tiempo, de humilde servidor de valores familiares, es una figura inabarcable que, hasta nuestros días, seis décadas después de su muerte, sigue penetrando en el corazón contradictorio de los mexicanos. Para celebrar el aniversario de su muerte, encontramos cinco películas clásicas que pueden ver, por streaming, en casa. Ojalá disfruten, en este breve recorrido, la capacidad histriónica y vocal de un ídolo que vive eternamente entre realidades y ficciones.
Los tres huastecos (1948), Ismael Rodríguez
En esta película de Ismael Rodríguez, Pedro Infante interpreta, simultáneamente, a los triates Andrade. Los tres huastecos que interpreta representan, también, las tres regiones de la huasteca y los tres órdenes que imperaban, en el imaginario popular, en esas regiones: la ley de los bandidos, la ley de la iglesia y la ley del estado. Así, Pedro Infante encarna a un cura, Juan de Dios Andrade, a un bandolero pendenciero -pero secretamente tierno- Lorenzo Andrade, y a un capitán de la policía, recto y ligador, Víctor Andrade.
Más allá de todas las escenas cómicas con el mítico Fernando Soto Mantequilla y de las canciones que Infante entona a tres voces, queda el hermoso recuerdo de la química en pantalla del ídolo de Guamúchil con Blanca Estela Pavón. Una química que, por supuesto, creó más de un chisme infundado… Una comedia de errores divertidísima que, además de todo, tiene la mágica aparición de la Tucita (María Eugenia Llamas), la pendenciera hija del bandolero que juega con tarántulas y serpientes, que reta a quien se le ponga enfrente y que, cuando crezca, va a matarlos a todos.
Angelitos negros (1948), Joselito Rodríguez
Después de una divertida comedia, queda espacio para un verdadero dramón. Angelitos negros cuenta la historia de José Carlos Ruiz (interpretado por Infante, claro), un exitoso cantante de teatro de variedades que se enamora de una joven huérfana rubia, Ana Luisa, que ha vivido toda su vida con una nana negra. La joven enamorada accede a casarse con José Carlos, pero detrás de su dulce apariencia, esconde un profundo recelo hacia todas las personas de raza negra. Entonces, la cosa se complica. Porque la nana, finalmente, es la madre de Ana Luisa y porque la primera hija de la enamorada pareja nace con la piel oscura.
Estoy de acuerdo en que este melodrama (que después retomará el gran Douglas Sirk para la realidad de Estados Unidos) es algo datado. La percepción de los problemas raciales no era, ciertamente, la misma hace setenta años. De cualquier manera, si tienen ganas de ver llantos desgarradores, esa mítica canción en boca y piano de Infante y un gran documento sociológico sobre las percepciones de raza y clase en los años cuarenta, ésta es su película. Un clásico para derramar kleenex.
ATM ¡A toda máquina! (1951), Ismael Rodríguez
Regresando a las comedias, tenemos ATM ¡A toda máquina!, una de las películas más icónicas en la carrera de Pedro Infante. El actor y cantante ya era, para este momento, un ídolo absoluto en México. Pero su rivalidad en pantalla con Luis Aguilar y las escenas que comparten paseando por el campo en motocicleta, sobreviven como uno de los momentos más disfrutables del Cine de Oro mexicano. En esta película, el personaje interpretado por Luis Aguilar busca un amigo. Por azares del destino, lo encuentra en Pedro Chávez, un vagabundo y expresidiario que parece tener una mala suerte contagiosa. Después de muchos engaños y desengaños, Pedro y Luis van a encontrar que su rivalidad puede llegar a matarlos, o bien, puede forjar una sólida amistad que trasciende el peligro y la muerte.
Como anécdota, además, el cuerpo de motociclistas de la policía de tránsito quedó tan maravillado por la realización de esta película que hicieron a Pedro Infante un miembro honorario. Como en muchos episodios de su vida, la ficción parecía atravesar la pantalla y alcanzar al ídolo. Infante le regaló este reconocimiento a su mujer para que lo mostrara todas las veces que lo parara un oficial de tránsito. Él, en realidad, no lo necesitaba, las autoridades de la Ciudad de México sabían cada una de las matrículas de su coche y lo protegían celosamente. Pedro Infante, hay que recordarlo, también fue un ídolo del asfalto.
Los tres García (1947), Ismael Rodríguez
Esta fue la tercera película que Pedro Infante realizó con el mítico director Ismael Rodríguez. En ese sentido, se puede decir que, después de la icónica Cuando lloran los valientes, esta fue la cinta que verdaderamente cimentó una de las colaboraciones más fecundas en la historia del cine mexicano. La película gira en torno a tres primos con una vieja rivalidad entre ellos. Los tres García no se pueden ver ni en pintura y sólo se toleran, por momentos, para darle gusto a su abuelita (interpretada por una magnífica Sara García) o para enfrentarse a los primos López, sus acérrimos rivales. La cosa se pone aún peor en la casa de los García cuando llega de Estados Unidos una prima lejana. Ahora, los primos tienen una razón más para pelearse entre ellos y, en un constante ir y venir de tretas, puños y canciones, los tres deberán aprovechar sus característicos caracteres para conquistar a la prima deseada.
En esta película, por supuesto, Pedro Infante interpreta el papel del primo más vividor, bebedor, y ligador. Es un personaje encantador a partir del cual se forja el carácter más charro del cantante y actor. Divertido, estrafalario, masculino, seductor de voz y rostro, Luis Antonio García es la imagen misma del mito de Pedro Infante
Las Islas Marías (1951), Emilio Fernández
Las Islas Marías es una película sorprendente. Se trata de la primera colaboración de Pedro Infante con Emilio “El Indio” Fernández (con quién, años más tarde, también haría la magnífica Reportaje). En esta película, a diferencia de todas las que había hecho con Ismael Rodríguez, Infante no tiene el mismo peso. Bajo el mando de Fernández, sólo canta una canción en una situación diegética que lo amerita. Y no está en la película para lucir sus encantos seductores o para crear situaciones de comedia física.
En esta actuación muy seria, Infante interpreta a un estudiante de Medicina desgraciado y alcohólico que se culpa a sí mismo de un asesinato cometido por su hermana para salvarla del presidio. Todo el sufrimiento aquí se concentra entonces, no en el personaje de la hermana que va por malos caminos, ni del hermano recto que se suicida por honor, ni en el personaje de Pedro infante que se sacrifica por ellos, sino en el maravilloso papel, interpretado por Rosaura Revueltas, de la madre. Esta madre abnegada sólo quiso educar a hijos decentes y, en el camino, perdió al hijo menor por suicidio el día que salió de la academia militar; perdió al hijo mayor, preso por un crimen que no cometió; perdió su casa y, finalmente, por las penurias de la vida, perdió la vista y perdió todo.
En esta terrible tragedia, el personaje de Rosaura sufre algo que conocía bien la actriz: fue, justamente, en las Islas Marías en donde, en repetidas ocasiones, encerraron por comunista a su hermano menor, el escritor José Revueltas. Con un convencimiento inhumano, entonces, la actuación de Rosaura Revueltas se come toda la película. Como también lo hace la maravillosa fotografía casi expresionista de Gabriel Figueroa. Pero también es importantísimo destacar la seriedad con la que Infante interpretó uno de los papeles más difíciles de su carrera.
Una película maravillosa que se ve muy poco en la filmografía del gran ídolo de Guamúchil y que, sin duda, debería contarse entre sus más destacadas interpretaciones. Las Islas Marías, en un paraíso prohibido convertido en prisión, también demuestra que Infante podía ser muchísimo más que una bella voz y un rostro encantador.
Fuente: Televisa
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