
Ricardo Anaya: el regreso con fuero y la memoria corta
En política, la memoria selectiva suele ser un recurso tan útil como peligroso. Ricardo Anaya Cortés, quien en su momento abandonó el país bajo la sombra de denuncias de corrupción y procesos abiertos en su contra, hoy regresa al Senado con el escudo del fuero legislativo. Lo hace no para rendir cuentas, sino para atacar frontalmente al gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, como si su propia historia quedara borrada con discursos y entrevistas.
Anaya ha sido señalado por presuntos actos de enriquecimiento ilícito, triangulación de recursos y beneficios irregulares durante su paso por la política. Es imposible olvidar los escándalos vinculados a la compraventa de inmuebles, las denuncias por operaciones sospechosas y los señalamientos que lo llevaron a vivir varios años fuera del país. La narrativa que lo presenta como víctima de persecución política se tambalea frente al hecho simple: nunca pudo aclarar de manera transparente el origen de su fortuna.
Hoy, con el fuero como salvoconducto, se reinventa como un supuesto opositor moral.
Critica las decisiones del actual gobierno federal, acusa autoritarismo, improvisación y corrupción, pero olvida convenientemente que la sociedad mexicana no ha cerrado el capítulo de las acusaciones que pesan sobre él. Es fácil levantar la voz desde un curul blindado, pero difícil responder a la exigencia de justicia cuando la rendición de cuentas está pendiente.
El regreso de Anaya al escenario político refleja también un vicio histórico: la protección que otorgan los privilegios legislativos. El fuero, concebido como herramienta de autonomía parlamentaria, ha terminado convirtiéndose en refugio para personajes cuestionados que buscan evadir la justicia. Mientras tanto, ciudadanos comunes enfrentan procesos sin ese escudo de impunidad.
Claudia Sheinbaum enfrenta críticas, algunas legítimas y otras interesadas, propias de un gobierno que apenas transita sus primeros meses de gestión. Sin embargo, que las críticas provengan de un político con un historial tan turbio, raya en el cinismo. El país necesita oposición, sí, pero una oposición responsable, con autoridad moral, no el reciclaje de figuras que regresan únicamente porque el fuero les garantiza inmunidad.
La pregunta que queda flotando es inevitable: ¿Ricardo Anaya volverá para demostrar que puede limpiar su nombre con hechos, o solo ha regresado para protegerse detrás del fuero y atacar a quien hoy gobierna México?
Lo cierto es que, en política, el tiempo no borra las cuentas pendientes.
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